martes, 29 de septiembre de 2009

Vivir entre sombras.


Allí estaba. Solo. Con mis sueños destrozados. A la espera de mi única felicidad y a cuestas con mi despedazada esperanza. Ahora sí, el día había llegado; la solución acariciaba mi rostro. Ya faltaba poco, pero debía saber esperar. Tenía que permanecer entero. Abrí los ojos, al máximo, casi desencajando el semblante. No podía perderme un segundo, tenía que ver y sentir lo que tanto tiempo llevaba esperando. Estaba anhelante, incluso irreflexivo ante los hechos, pero sentía paz interior, una paz incomprensible, pensaba que nunca un epílogo hizo tanto por la vida de un hombre. Un condenado a muerte.
Doce meses atrás, a la terminación de mis tareas agrícolas, se desencadenaron una serie de acontecimientos que acabaron por marcar mi vida. Recuerdo que era sábado, día de paga. Con el cuerpo molido por el tremendo esfuerzo decidí irme a casa; la casa que los amos habían puesto a mi disposición; un cobertizo construido de láminas de chapa galvanizada, techo de cartón cubierto con paja, panojas de mazorca y cañas de carrizo. La noche caía y las sombras se mostraban amenazantes. Avivé el paso; mi mujer y mis tres hijos me esperaban.
Unos gritos me alertaron. Me sorprendí corriendo entre la semioscuridad. Temí lo peor. Cuando llegué a casa me encontré con un panorama dantesco. Mis hijos arrinconados e intimidados por un hombre que portaba una botella de licor en la mano. En el camastro, dos hombres vejaban y abusaban sexualmente de mi mujer. Me abalancé sobre ellos, sin pensarlo, y sin poder evitar que la afilada hoja de un cuchillo penetrara en mi vientre. Sentí la punzada, pero la ira y el odio acumulado anulaban el dolor. Me debatía en una feroz lucha hasta que algo contundente impactó en mi cabeza.
Las luces de una linterna cegaron mis ojos. Estaba en el suelo, desangrándome, cuando un policía comenzó a darme patadas, y a gritos, decía:

¡Levanta hijoputa!

¡A ver si tienes güevos de matarme a mí!

¡Cabrón de mierda!

Yo no sabía qué estaba intentando decirme ni por qué me hablaba en ese tono. Dos sanitarios entraron con una camilla, me colocaron en ella y entonces lo vi todo; mi mujer yacía muerta entre un charco de sangre con su rostro desfigurado por los golpes. Miré para el rincón y tres cuerpos pequeños andaban tirados por los suelos con sus gargantas abiertas de una parte a otra. Grité y lloré todo lo que podía, pero estaba débil; y me desmayé.
Después de 25 días en el hospital, con mi mirada, mi cabeza y mi alma extraviadas, pasé a una cárcel infesta. Había sido acusado de cuatro asesinatos. Se lo puse fácil a los jueces. Tenían a un acusado que no se defendía, por lo tanto, la sentencia estaba asegurada; pena de muerte. Cuando oí el veredicto de boca del magistrado, una sensación de alivio recorrió todo mi ser.
Hoy era el día de la ejecución. Por fin. Unos funcionarios entraron en la celda y me instaron a acompañarles. Utilizaron un tono jocoso, pero eso era lo que menos me importaba. A medida que avanzaba por aquel interminable pasillo mi memoria tomaba el protagonismo que durante meses había tenido oculto. Comencé a hablar sobre lo que pasó en realidad. Solicité la presencia de un abogado, del juez, del alcaide, de cualquier persona capaz de parar aquella ejecución injusta. Mis brazos se movían con una rapidez y furia inusitada. Nadie podía calmarme, estaba fuera de sí, mi boca lanzaba espumarajos blancos, estaba perdiendo el control; de pronto, una especie de descarga eléctrica, acabó con todo…
Desperté en un camastro, me encontraba cansado y confundido. Bajo mis pies, varias botellas de bourbon sin marca, montones de colillas y una jeringuilla con restos de sangre. Sobre la mesilla de noche había una foto de una mujer y tres niños pequeños; a ninguno reconocía. Sabía que algo tenía que hacer, que mi vida no podía transcurrir por esos derroteros, en caso contrario, el vicio y la adicción acabarían conmigo; si es que no lo habían hecho ya.

6 comentarios:

Amelia dijo...

Como te voy leyendo, maestro en reflejar "las otras realidades", esas que se suelen esconder en anonimatos, esas de los parias que rezuman por todos sus poros miserias en vez de sudores, esas de los marginales y marginados, de los desheredados de la razón, de los huidos de la cordura, de los abandonados a sus instintos primarios, de los exiliados de los sueños de luz y boato, de los "arrabaleros" de esta sociedad del bienestar que suele esconder bajo la alfombra la propia escoria que genera.

Me dejas sorprendida y con el corazón encogido.

Un beso y un abrazo "liviano", :D :D :D

Juntas pero no revueltas. dijo...

Muy bueno, ¿qué digo? excelente, atrapas y el final es quedarse con la duda... primero piensas qué fácil es juzgar por las apariencias... Después, fantasía de la droga, la droga como escape...
Seguiré leyendo, creo que encontré un nuevo tesoro. Saludos, Alondra

CharlyChip dijo...

Opino como psique, no se podría decir mejor.

Un cordial saludo

El peso de lo liviano dijo...

A psique: Creo que todo lo que sucede a nuestro alrededor debería ser fotografiado, en mi caso, mi voz, que parece salir de las cloacas, no teme quedarse ronca. Muchas gracias.

A Alondra: No has descubierto ningún tesoro, eso te lo aseguro yo que llevo conviviendo muchos años conmigo mismo, ahora bien, si te empeñas ¿quién soy yo para impedírtelo? jajaja. Muchas gracias, se agradece el elogio.

A CharlyChip: Permíteme la broma; alinearte con la argumentación de psique es jugar sobre seguro (jajaja) Muchas gracias.

Anónimo dijo...

Es impresionante la forma en que nos trasladas a tres realidades sucesivas donde el prota-narrador, pasa de ser un humilde agricultor, amante y defensor de los suyos, a dudoso-enajenado criminal asesino de aquellos y dudoso amante de sí mismo; y finalmente, drogadicto dudoso-soñador asesino de sí mismo y no se sabe si amante de qué.

Desde luego, que en tus relatos de efecto hasta que no se llega al final, uno (que ya está prevenido) no se arriesga a formular posicionamiento alguno, ni a aventurar conclusiones de ningún tipo; es de seguro que saldrás por la puerta del techo. :D :D :D

Un abrazo, compa,


Segis

José Antonio Fernández dijo...

Me ha gustado el relato. Te atrapa el ambiente y quieres saber más. Me he imaginado varias posibilidades como final de relato, pero la verdad, no he acertado.
Me ha sorprendido.