lunes, 21 de septiembre de 2009

La mujer enroscada.


Una serpiente de considerables dimensiones abrazaba su cuerpo semidesnudo. Era una joven bella y sensual contoneando su espléndido cuerpo mientras un reptil reticulado se le enroscaba. Un hombre enorme, con un ridículo bigote pelirrojo, mostraba al escaso público existente la majestuosidad y riesgo del número circense. De pronto, la serpiente, abriendo completamente la boca, engulló por completo a la bella y sensual joven. Al instante, la silueta de la mujer se dibujaba con nitidez en su interior, dos minutos más tarde, con parsimonia, y embardunada con un líquido de babas espesas y pegajosas, la sensual ayudante apareció ilesa ante la mirada atónita de todos. Aplaudí sin ganas, con desidia, obligado por la inercia que ejercían los no más de 30 espectadores.
Salí del lugar con sensación desasosegante. No podía apartar de mi mente la imagen de la joven, especialmente repugnante, al ser “vomitada” del interior de aquella serpiente. Daba vueltas por el recinto ferial cabizbajo y realmente abatido, a la espera de encontrarme con los amigos, pero el espectáculo había acabado con mis ganas de diversión. Me acerqué al lugar indicado y pedí una cerveza mientras esperaba. Quince minutos después, las bromas y ganas de diversión de mis acompañantes acabaron con mi apatía. La noche fue larga, muy larga…
Mis vacaciones se acababan, y ese día, sin saber bien por qué, decidí recorrer en solitario algunos pueblos costeros del alrededor. Arranqué mi coche, y sin rumbo, inicié mi aventura. En el cuarto pueblo visitado, y ante el asfixiante calor existente, decidí acudir a la primera playa que me encontrara. Era una cala salvaje, apropiada para el nudismo, y a la que solo se podía acceder a través de un largo camino a pie. Después de unos cuantos minutos, entre sudor y cansancio, coloqué mi sombrilla lo más alejada posible del, al parecer, único inquilino existente. En desnudez plena me dirigí hacia la orilla y me puse a nadar sobre aquellas aguas frías y cristalinas. Minutos después, sufriendo anquilosis en mi miembro más estimado, me tumbé sobre la arena. Abrí mi nevera y saqué una botella de agua helada. Bebí un largo trago, me tumbé bocabajo, y me quedé dormido.
Sin saber con exactitud el tiempo que había pasado dormitando, pude notar como una sombra se interponía entre el sol y mi cuerpo. Me giré, y con mis manos actuando sobre mis ojos de eventual visera, pude ver el cuerpo desnudo de una bella joven, la misma que días atrás coqueteara con una serpiente en un espectáculo poco reconfortante. Me levanté preguntando si necesitaba algo. Dos cosas –dijo ella- Agua y que me hagas el amor.
Curiosamente no me sentí incómodo por sus necesidades, a fin de cuentas, la cuestión era de una sencillez aplastante; dar agua y tomar su espléndido cuerpo. Le ofrecí la botella y esperé a que calmara su sed, después, apartando con mis dedos el cabello que caía sobre su rostro, le dije que no, que no podía acceder a su segunda petición, que era un hombre comprometido y que jamás, mientras el amor anidara en mi corazón, podría serle infiel a la persona amada. A ella le cambió totalmente el semblante, tornándose –de forma incomprensible- terriblemente violenta por la contrariedad. Hizo un gesto grosero con el dedo corazón de su mano derecha a la vez que emitía gritos ensordecedores. Su actitud me desconcertó y traté de calmarla. Fue inútil, ella clavó sus afiladas uñas en mi pecho causándome un dolor intenso.
Acuciado por la angustia y apesadumbrado por la actitud de la joven decidí recogerlo todo y marcharme. La sangre se iba dibujando a través de mi camiseta. Con caminar lento pero firme me fui alejando, no obstante, los gritos histéricos de la joven aún persistían.
Sólo pude intuir el golpe. Tras unos arbustos, un hombre corpulento con un ridículo bigote pelirrojo, me abatió con un impacto certero. Entre estertores, pude comprobar cómo la sangre emanaba de mi cabeza. Segundos después, mientras veía nítidamente como mi vida se extinguía, los tímidos aplausos de no más de 30 espectadores me alejaban de mi terrible destino.

2 comentarios:

Amelia dijo...

Encantada de tenerte entre nosotros, peso de lo liviano. ¡Bienvenido!.

Nos dejas un texto en que vas manejando nuestra voluntad a tu antojo. Nos presentas un espectáculo de magia absolutamente novedoso, a continuación nos haces pensar que la cosa va ir de sexo y de sexo con una peculiar connotación, una sesión de sexo exótico y distinto con "una regurgitada de una serpiente" (cosa bien poco comúnm, desde luego). Cuando has logrado la atención sobre ello, haces un quiebro y nos presentas a un fiel amante, incapaz de romper un plato. De la sorpresa al morbo y de este, al enternecimiento... De nuevo hemos de cambiar nuestra perspectiva cuando nos muestras en el personaje femenino más que a la hembra, a la serpiente. El arañazo violento nos hace esperar el mordisco del áspid y la muerte lenta por efecto del neurotóxico. Pero nos la vuelves a hacer. Habíamos pensado en una historia de posesión casi demoníaca y nos encontramos con que el protagonista era un soñador nato.

Y todo ese deambular por mundos de ficción tan dispares, en el corto espacio de este relato...

Me ha gustado tu relato, Felicidades.

Un besazo

Anónimo dijo...

¡Otras, Pero de lo... ¿liviano?; sensacional relato, sin duda, al que le falta moraleja -Y varias, para ser justos-!

1ª- Si a una chica, la vomita una serpiente... ¡Qué tan mala no será! (Ni agua, al enemigo ni agua) :D :D :D

2ª- Si la muchacha quiere hacer el amor... ¡Qué te cuesta, si te van a matar igual. Pa qué te niegas, si va a ser peor! :D :D :D

3ª- Cuando veas aparecer un tipo con un ridículo bigote pelirrojo, si no hay un mayordomo cerca... ¡Es el asesino, seguro! :D :D :D

No, ahora en serio, es un relato muy bien construído, con un final verdaderamente inesperado -no exento de ingredientes surrealistas que bien encajan en una interpretación alegórica-, de redacción precisa y eficiente.

¡Felicidades, me ha gustado mucho!

Recibe un abrazo,

Segis