Ha ensuciado sus pocos pergaminos
con la huella macabra de sus pasos,
rompiendo la nobleza en mil pedazos
con sus gestos banales y mezquinos.
Valiéndose de actos interinos
propina sus traidores coletazos,
y se aferra al poder con sus dos brazos
este hombre de los hábitos cetrinos.
Mercader de su afecto intoxicado
desnuda su egoísmo inclaudicable,
que lo sigue fielmente a su costado
con el fino modal de un tipo amable,
que presume de ético y honrado
bajo la piel del ser más deleznable.