jueves, 21 de enero de 2010

El Desacato



Me lo hiciste saber con tu zapato
que en silencio acercaba su estocada,
al tiempo que el fulgor de tu mirada
me traía la duda de un novato

y el rojo manifiesto de arrebato
en el rostro que exhibe la llegada
de esta historia que surge de la nada
en la mesa del bar "El Desacato",

que como tal induce a la ruptura
de los lazos que atan al pasado,
a causa de la súbita locura

de un zapato vivaz y desbocado
que deja al corazón en desmesura,
y envuelto en los sabores del pecado.

martes, 12 de enero de 2010

Caricias sediciosas



En el bravo acantilado de tus senos
desbarrancan mis caricias sediciosas
hambrientas de palpar y avariciosas,
prisioneras en el mar de los excesos
solo dejan su labor cuando mis labios,
depositan en tu cuerpo ardientes besos.

Recorro cada curva que me ofreces
y me quedo reposando en tu cintura,
donde jadea con súbita locura,
mi voz, en la frontera del deceso
no queda ni el más ínfimo resabio
de los puntos carnales que atravieso,
donde muere el ardor de mi deseo,
consumado, frenético y poseso.

sábado, 9 de enero de 2010

Despedida



Limpio con mi mano la ventana,
condensada de respiración y penas
para ver tus pasos, tu andar,
como se alejan...
te vas con la lluvia,
en una noche fría y destemplada.

Calles abajo te marchas,
sin una despedida...

Te miro desolado, tras el cristal
que de nuevo se empaña...
te llevas el calor de la leña
y el aroma del café que no tomaste.

Cuanto te quise, pero solo hasta hoy.

Calles abajo te marchas
sin una despedida…

Otros brazos cobijaran tu cuerpo
que alguna vez fue mío
otras labios sellaran tu boca
con nuevas pasiones
pero nunca tan plenas como las mías

Calles abajo te marchas
sin una despedida...

Mientras...
desolado miro la ventana
que se ha vuelto a empañar
con las últimas lágrimas
que ya no te pertenecen...
que tampoco me consuelan...

Calles abajo te marchas
sin una despedida...


jueves, 7 de enero de 2010

RENACIMIENTO por KENZABURO OÉ


La tragedia aumenta con virulencia y termina súbitamente. Entonces, la jefa de la tribu, Iyoraja, se dirige a las mujeres del mercado, que entonan una elegía sin dejar de mover sus cuerpos: “Olvidémonos de los que ya han muerto, incluso de los vivos. Que vuestro corazón esté solamente con aquellos que todavía no han nacido”
La muerte y el caballero del Rey. Wole Soyinka


He de advertir que con este autor no soy objetivo. Desconozco el motivo, pero siento una corriente de simpatía hacia él. Cuando uno mira las fotos que del autor se publican en sus libros, observa a un hombre maduro, entrado en años, con gafas redondas, gesto circunspecto y ojos rasgados, como buen nipón. Pero sobre todo desprende melancolía, la misma que destilan sus obras. Alejado de la estampa marcial de un Toshiro Mifune, que estoy seguro podría haber protagonizado alguna de sus obras, tan alejadas del estereotipo del hombre duro.


Llegó a mis manos un tanto fortuitamente este libro. Alejado últimamente de la visión de las novedades literarias, andaba buscando distraídamente un libro que regalarme por estas fechas, valga como vulgar excusa para darme al frenético vicio de la lectura, cuando de una estantería situada varias cabezas sobre mi, cayó, literalmente en mis manos (en realidad fue a mi pie derecho, pero queda menos glamuroso) este libro, que es la última publicación en castellano del autor. Y claro, ante esta señal inequívoca de que el libro quería venirse conmigo, no iba a ser yo quien lo decepcionara y menos tratándose de Oé.


El libro comienza cuando Goro, un famoso director de cine japonés, se suicida, llevando la zozobra a su cuñado y amigo, Kogito Choko, alter ego del propio Kenzaburo Oé. Han tenido una extraña forma de comunicarse durante toda su vida, se han comunicado a través de una cintas de radiocasete que Goro le ha ido enviado periódicamente, que Kogito escucha en un aparato anticuado que una vez le regalo su cuñado y al que puso el curioso sobrenombre de tagame, una especie de insecto que solía cazar Kogito cuando era niño. En la ultima cinta que recibe se escucha una frase extraña <>, tras lo cual se oye un ruido y se produce el silencio.


Devastado y desorientado decide acudir a Berlín, en donde Goro se ha suicidado, embarcándose en una búsqueda, no ya de la causa de su muerte, sino centrándose en una exploración interior, que empieza con la busca de una enigmática Mädchen für alles (traducido en el libro como persona para todo), desconocida joven con la que tuvo una postrera aventura sexual o la certidumbre que finalmente le acecha sobre si el suicidio no ha sido tal, sino una venganza de la yakuza, la mafia japonesa, de la que el finado había hecho burla en una de sus obras.


A partir de aquí rememora la relación que ha tenido con Goro, una amistad que hunde sus raíces en las postrimerías de la adolescencia, mezclada con los recuerdos de juventud de las actividades paramilitares de su padre poco después de la segunda guerra mundial, recuerdo que se presenta dolorosamente al cabo de unos años, o el ataque por parte de unos desconocidos al propio Kogito, en donde dos veces le rompen un dedo del pie lanzándole una bala de cañón, la extrañeza y perplejidad que le producen, llegando a simular un ataque de gota, para disimular el dolor. Comienza aparentando una novela de intriga, acaba convirtiéndose en una síntesis de la búsqueda del yo, de un viaje interior a un mundo que parece que esta hecho trizas, de la esperanza futura en un renacer.


La novela está remotamente basada en un hecho real: el suicido del cineasta japonés Juzo Itami, cuñado del propio Kenzaburo Oé, en la cual se intuyo la mano de la temida yakuza. Ficcionando su realidad desde un punto de vista crítico, existencialista, nostálgico y pesimista característico de todas sus obras, profundamente impregnadas de literatura europea, la cual estudio en su época universitaria y en la que sigue, en la actualidad, profundizando su estudio. En esta obra se presentan vivamente citados Rimbaud, Rabelais o Kafka, como en otras obras se estructuran a la manera del infierno de Dante y la admiración por Malcom Lowry (Cartas a los años de nostalgia) o su devoción frecuentemente manifestada por Cervantes u Ortega y Gasset.


Pero, como en todas las obras de Oé, uno tiene una extraña sensación de déjà vu, pues tiene la impresión de que, aunque no toda, parte de lo que se lee ya ha sido narrado por el autor. Sobre todo la sempiterna presencia de su hijo Hikari, en la novela designado como Akari, nacido con hidrocefalia y condenado a una minusvalía que lo ha llevado al autismo. En todas sus obras posteriores al nacimiento de su hijo, parte del argumento pivota alrededor de un personaje minusválido, nacido con un bulto en la cabeza, pesadilla existencial y, a la vez, bálsamo sobre el que descansa su obra. Un punto de inflexión entre el dolor y el afán de superación. No obstante, a pesar de su deficiencia, Hikari, es compositor e interprete de música clásica, de cierta fama en su país.


El miedo al resurgir del nacionalismo militarista en Japón (abomina de los nacionalismos), que lo han llevado a ser tachado en su país de extremadamente izquierdista. Aunque curiosamente en su juventud fue amigo de Yukio Mishima, contrapunto ideológico, que propugnaba un retorno a los valores del Japón Imperial, cuestión que le llevo al suicidio ritual, después del ridículo de su intento de sublevación por parte del ejército japonés.


O sus constantes referencias hacia su aldea natal, a cuyo universo fabular suele acudir con frecuencia (M/T py la hsitoria de las maravillas del bosque)


Obra compleja como la mayoría de sus novelas, de lo cual el autor, amigo de chascarrillos y acida autocritica, siempre deja clara su postura:


"lo he escrito y lo reafirmo, algunos han dicho que la música de mi hijo les ayudaba a dormirse, yo en cambio les he asegurado que resultará más eficaz una novela mía"


El autor, nacido en 1935, premio Nobel de 1994, está considerado como portavoz de su generación, la nacida o criada después de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y, sino el mejor, de los mejores escritores japoneses de la postguerra. Fue profesor en el colegio de Méjico en la década de los 70, lo que le sirvió para comprender, si se habla despacio, según sus palabras, el castellano. Declarado admirador de Vargas Llosa, al cual considera que ya es justo que le concedan el Nobel de una vez.


Blanco de las críticas de los partidos ultraconservadores de su país, aboga por una democracia participativa, que rompa definitivamente con el secular (antes de la segunda guerra mundial) expansionismo y militarismos nipón. Ante lo cual se siente bastante pesimista. Poco antes de la concesión del Nobel llego ha afirmar que Japón era moralmente un país del Tercer Mundo. No debes ser bien recibido en el santuario sintoísta de Yasukuni, símbolo del ultranacionalismo de su país. Curiosamente él desciende una antigua familia de samuráis.


También ha sido acusado de ser un escritor poco japonés, que sus obras se alejan del estilo de Mishima o Kawabata, que ha “occidentalizado el japonés”, con frases largas, complejas y adjetivadas en grado sumo. El mismo ha definido su estilo como realismo grotesco.


Entre sus obras podemos destacar, El grito silencioso, sublime, para mi la mejor de las que le he leído, Cartas a los años de nostalgia, Una cuestión personal, Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura o Arrancad las semillas, fusilad a los niños.






sábado, 2 de enero de 2010

De vampiro a vampiro

Nadie pudo romperme el corazón
desde que no lo tengo y este crío,
abandonado al loco desvarío,
salvaje y fiero lobo de algodón,
cogió mi mano cuando un cielo impío
prendió a su madre en blanca cremación
y me pidió, en más de una ocasión,
un beso y un abrazo “para el frío”.

Y como soy de piedra y no me afecta
la frágil consistencia de un enano
por más que con mirada tan perfecta
buscase en mi interior calor en vano,
tomé la decisión más justa y recta
y me estampé en el pecho aquella mano:


¡Endika, mi pequeño, ya lo siento!
he visto en mi pasado tu cochambre,
el trino de tu voz, cuerpo de alambre,
los ojos del cristal que lame el viento;
naciste de un designio fraudulento
e igual que yo serás carne de hambre.

Con la inocencia abrupta que te engaña,
reinventarás la risa perentoria
(lo más cerca que habrás de ver la gloria)
antes que te cercene la guadaña
el tiempo que te da como una araña
llenándote de huecos la memoria.

No habrá a tu alrededor más compañía
que el ruido bullicioso de la gente,
sonidos de cartón que solamente
ahuecan miedo, pena o apatía;
irá pasando el tiempo y, raro el día,
verás un corazón por accidente.

Nunca serás feliz, es improbable;
te van a devorar tres predadores
a cual más sanguinario; tus valores
masticarán el filo de su sable
y llorarás cuando el amor te hable,
y el odio; y el dolor, cuanto más llores.

Despertarás con una bofetada
en un lugar distante y diferente
cuando delante sólo tengas gente,
la masa informe, fría y despiadada,
que te dejó morir no haciendo nada
cuando bastaba un beso solamente.

Y a falta de otro abrazo y de otro beso
será tu risa álgida mañana;
tu voz de trueno, cuerpo de catana,
tos ojos, dos cañones en el yeso,
habitarán  prestado su deceso
y como yo, tendrás hambre inhumana.

Tu blanco languidece con desdén
leonino hasta vestir un gris oscuro;
y el negro que otros tienen por seguro,
tú lo verás, o no, pardo también;
Aún, donde tus ojos no lo ven,
sólo en tus dientes brilla el blanco puro.

Y cuando al fin te crezcan los colmillos
donde un mendigo beso muere quieto
y tengas por abrazo en tu esqueleto
dos alas negras hechas con cuchillos,
verás con ojos ciegos y amarillos
la vacuidad del mundo por completo.

Yo no puedo hacer nada con la espina
que hurga en el destino que te espera;
tu madre es polvo en polvo prisionera
de aquella sombra blanca y asesina;
si acaso, un tibio beso de propina
que no florecerá tu calavera.
.
Pero no pidas tanto de un extraño
soy hambre predadora de lo mismo;
no puedo rescatarte del abismo
en todo caso echarte del rebaño
para evitarte  un poco más de daño
salvándote de mi canibalismo.

Ya márchate y no llores, hijo mío,
que mucho tengo ya con alejarte;
volver a componer de parte a parte
las piedras que rellenen tu vacío
y torturar palabras con el arte
de echar al mar el llanto en sordo río.
En esta noche y sólo por el frío
¡quisiera tanto un beso y abrazarte…!