jueves, 29 de octubre de 2009

Diálogo

- A veces oíamos la radio. ABC Internacional transmitía por las mañanas una hora de música folklórica y mientras escuchábamos, tú revoloteabas por el pequeño departamento como abejita hacendosa y ponías rayitos de luz, sobre todo lo que tocabas. ¿Te acuerdas?
- ...
- Como el rey Midas, tu toque convertía el mobiliario de nuestro palacio, no en oro, sino en un limpio rincón para vivir nuestro amor. Porque entonces tú me amabas, ¿o no?
- ...
- ¿Cómo que no lo sabes?...Llevábamos viviendo casi un año juntos y con la convivencia nos íbamos conociendo a pedacitos, sacando nuestros peores defectos, ésos que teníamos bien guardados. Si no me amabas, ¿por qué a cada rato me besabas o te dejabas besar y nos jurábamos amor eterno?
- ...
- No estabas loca, ni entonces ni ahora. Mientras la música de Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Inka Taki o los Chalchaleros sonaba, te ayudaba a ordenar cosas o a realizar algunas reparaciones caseras y eso te gustaba. Me lo decías muchas veces. Nuestro hogar con tu diligencia, parecía “La casita de chocolate” del cuento; pero sin la bruja. Todo era consecuencia de la magia de tenernos.
- ...
- ¿Cómo que cuál magia?...La de que estuvieras ahí, tonta, conmigo, consintiéndome, cuidándome, haciéndome sentir importante y que tú te sintieras igual: amada.
- ...
- ¿Cómo puedes dudar de que te amara? Si yo veía, pensaba y vivía a través de ti. Recuerdo que cuando tocaba la guitarra y tú te entretenías en hacer alguna labor manual o en cocinar para tener lista la comida antes de que cada uno partiera a su respectivo trabajo, desde el borde de la cama donde permanecía sentado, yo te miraba; te miraba y te deseaba.
- ...
- No miento. Es la pura verdad; veía tu figura delgada y ágil moverse por todos lados. Sonaban las notas discordantes y desafinadas que lograban sacar mis torpes dedos de la guitarra y me imaginaba que eras tú a quien tocaba, acariciándote suavemente, con cierto miedo, torpe como siempre he sido.
- ...
- ¿Otra vez me dices mentiroso?...No tienes ni idea de lo que sentía. Recuerdo que a ratos, te ponías a coser, a tejer, diseñar invitaciones, estudiar matemáticas. Eran pasiones inusitadas que te alejaban de mí, que te volvían de repente, una extraña. Yo dejaba de existir para ti; sin quererlo, me enviabas a otra galaxia, a otro mundo extraño y lejano donde la única salvación era que te dignaras voltear y que una sonrisa o una mirada de tus ojos, me devolviera a tu mundo, a nuestra vida en común.
- ...
- ¡Claro que me gustaba vivir contigo! ¿Recuerdas nuestras partidas de cartas, con apuestas y todo? Nos pasábamos jugando hasta las 2 ó 3 de la mañana, oyendo en el estéreo a Emanuel, José José o Camilo Sesto, que también te gustaba. Al final, nadie ganaba y te sentías feliz. Y yo era feliz.
- ...
- Sí, me sentía feliz porque te amaba. Entonces, tú me querías
- ...
- No, no tengo la plena seguridad de ello; sobre todo porque recuerdo que hubo un tiempo largo en que dijiste ya no amarme porque te gustaba otro muchacho.
- ...
- Sí, me acuerdo bien que me lo decías. ¿Quién te gustaba? ¿A quién le gustabas?
- ...
- No tienes que engañarme ahora, ha pasado mucho tiempo y quisiera saber.
- ....
- ¿A nadie? No me hagas reír. Tan bonita te veías, que siempre que te acompañaba por ahí a comprar en las tiendas cercanas, varios se te quedaban viendo y se volvían todo sonrisas contigo. Me acuerdo bien. Si es verdad que no me querías, ¿por qué aguardabas mi llegada por las noches y te mantenías despierta hasta verme aparecer?
- ...
- Comprendo que te preocuparas; pero no era sólo eso. En el buró junto a la cabecera de la cama teníamos una lámpara que prendíamos por las noches y que irradiaba una grata claridad. La mantenías prendida hasta mi regreso y bajo su cobijo, te besaba largamente en los labios para tranquilizarte. ¿Cuántas noches habremos hecho el amor bajo su luz?
- ...
- ¿Tantas veces?...Eramos insaciables. Me gustaba acariciarte poquito a poco: besarte en el pelo, en la nuca, en el cuello. Rozar tus labios con los míos e ir bajando lentamente, abriendo los botones de tu blusa, hasta descubrir el broche frontal de tu brasier, allí donde nacían los dos pequeños y endurecidos senos, que palpitaban ya, pidiendo ser liberados. Besar tus pechos pequeños y su botón de azúcar, era una delicia inmensa.
- ...
- No me callo. Es la verdad. Desnudar tu cuerpo despacito, tocar tu vientre plano y trémulo; recorrer lamiendo lentamente los pliegues de la piel de tu entrepierna, son recuerdos imborrables.
- ...
- No me voy a callar. El olor perfumado de tu piel me hechizaba.
- ...
- ¿Era el sudor?...pues la humedad de tu cuerpo me derretía. Tu espalda desnuda con todos los vellitos erizados, temblaba al besarla. Te daba risa que te besara la espalda, el vientre o las piernas, ¿te acuerdas?
- ...
- - No soy indiscreto. No puedo ni quiero ocultar la verdad. Te deshacías en mis manos y convertida en miel yo te bebía sin desperdiciar una sola gota. Eras mía; te sentía mía. Y yo, era tuyo.
- ...
- Está bien, no te cuento más; pero contéstame algo. ¿Entonces, me amabas?
- ...
- ¿De véras?¿No mientes?
- ...
- ¿Y ahora?
- ...
- ¿También?
- ...
- Yo... también te amo.

jueves, 22 de octubre de 2009

El flautista de Hammer´s land

Cuando el flautista de Hamelín comprendió que no le pagarían las 100 monedas de oro prometidas por haber librado a la ciudad de los odiosos ratones, enfureció terriblemente y decidió tomar venganza. Tocó una melodía maravillosa, y todos los niños del poblado comenzaron a seguirlo, hipnotizados, sin que sus padres pudieran evitarlo. Caminando con ellos detrás, los llevó hasta las montañas y los dejó encerrados en una cueva fría y oscura. De nada valieron llantos y súplicas por parte de los niños para que el flautista los dejara regresar a casa. La venganza estaba consumada.
El flautista decidió ir a descansar de tanto trabajo realizado; así que con la flauta bajo el brazo, se encaminó a la villa más cercana. Caminar le abrió el apetito y la sed, así que deteniéndose en la primera posada que encontró, decidió comer algo y tomar algunos tragos. No le quedaban más que unas cuantas monedas en el bolsillo, aunque suficientes para una cena sencilla y una botella de vino barato, que le hicieran olvidar la amarga experiencia de Hamelín. Después de cenar, se fue tomando uno a uno varios tragos, hasta que embrutecido, se le olvidó el motivo de su enojo. Con la razón seminublada, apoyó la cabeza sobre la mesa, mientras la flauta mágica se le escapaba de las manos e iba a rodar hasta un rincón oscuro y solitario. Más tarde, el posadero, lo llevó a una de las habitaciones malolientes y de mala muerte, que estaban vacías. Ya mañana se arreglarían tocante al pago. La flauta olvidada, permanecía quieta y muda, sin alumbrar a nadie con su canto. Cuando los últimos parroquianos abandonaron la posada y las mesas quedaron vacías, el jovencito que hacía la limpieza, empezó a barrer. Así, cuando se encontró con la flauta tirada y la sostuvo entre sus manos, de inmediato supo que aquel objeto era mágico. Furtivamente lo guardó entre sus ropas y siguió barriendo. Más tarde, a solas, la admiró largamente, dudando entre llevarla a su boca y tocarla o no. Para entonces, él ya sabía que nunca más en su vida volvería a barrer y que la flauta, haría su fortuna. En su mente juvenil, miles de melodías mágicas danzaban, ordenadas, en su cerebro. En cuanto el primer rayo de sol iluminó el horizonte, el muchacho recogió su magro equipaje y abandonó la posada. ¡Tenía tantas cosas por hacer!

Bien entrada la mañana, el flautista de Hamelín despertó con un horrible dolor de cabeza; cuando por fin reaccionó y se dio cuenta que había perdido la flauta, bajó como un poseído, hasta las mesas del comedor de la posada. Lanzó gritos y maldiciones, volteó mesas y sillas, golpeó a dos o tres sirvientes; pero la flauta ya estaba muy lejos y no habría de regresar a él. Aquel hombre, había dejado de ser el maravilloso flautista.
El joven poseedor de la flauta, iba feliz por un camino lejano, alegrándose de su buena suerte. Tocaba pequeñas melodías en la flauta y mientras más tocaba, más ganaba en sabiduría de cómo utilizar el instrumento. Fue en aquel momento cuando por fin se sintió libre, ansioso de vivir por el simple hecho de existir, de ser él mismo. El cielo arriba, era de un azul celeste brillante, sin nubes. Estos dos últimos hechos, pensó, nada tenían que ver con la flauta mágica.
En un cruce de caminos encontró dos letreros clavados al tronco de un árbol. El primero, rezaba el nombre del poblado próximo: Hammer’s land. El segundo, era un llamado para quien pudiera ayudar a los habitantes de aquel lugar: un lobo o una bestia desconocida, estaba acabando con varias clases de ganado y un vecino del lugar había sido herido gravemente. Hacía más de un mes los animales aparecían muertos en cualquier rincón y nadie sabía que hacer; por eso pedían ayuda. El joven sí supo qué hacer. Sonriente, confiado, con la flauta mágica resguardada entre sus manos, caminó hacia la entrada de la ciudad. Había nacido el flautista de Hammer´s land.

viernes, 16 de octubre de 2009

Excusas vanas


¿Te vas?, ¡pero si aún no he terminado!
¡aún no has escuchado mis excusas !
si, se que son muy pobres y confusas,
¿pero sabes que sufro desolado?

¿Tú crees que es un nuevo desenfado?
¡Vamos! dale una chance a mis obtusas
disculpas, que serán si no te abusas
el origen del beso más preciado.

¿Te irás así? ¿tan sola? ¿sin un beso?
¡solo una vez recuerdo haber fallado!
¿es que acaso de nada vale eso?

¡Pues entonces ya vete!, me he cansado,
por si quieres saberlo, te confieso:
¡nunca tuve aptitud para cuñado!

domingo, 11 de octubre de 2009

DÉCIMAS A LA MÚSICA VENEZOLANA


DÉCIMAS A LA MUSICA DE VENEZUELA

Quisiera ser un pasaje
Sencillo y sentimental,
Pintar mi pueblo natal
Y algún hermoso paraje,
Rápido como un celaje;
Quisiera ser pajarillo
También alegre y sencillo.
Tal vez, joropo llanero
Que hable del potro cerrero,
O quizás de un gorrioncillo.


Vals, con un ritmo pausado,
Que pinte el paisaje andino;
También golpe mirandino,
Que me mantenga ocupado;
Quizás verso enamorado …
De alguna danza zuliana,
Ser copla de tierra llana,
O algún gaván parrandero,
Como todo buen llanero,
Música venezolana.


Alegre y dicharachera
Como gaita del zuliano,
También un polo coriano;
Ser fulía hechicera…
De la gente dondequiera.
Ser bambuco melodioso,
Tamunangue bullicioso,
Ser un golpe rompesuela,
Música de Venezuela,
De mi suelo majestuoso.


BIRMANIA PÉREZ RUÍZ
2009
VENEZUELA

Maldición gitana

Si hay algún juez en la sala... con la venia:


¡¡¡Pleitos tengas, y los ganes!!!





Esa maldición me dedicó, a voz en grito y con coléricos y soeces gestos de acompañamiento, un gitana que pretendía leerme las líneas de la mano. Venía la mujer acosándome con sus requerimientos durante muchos metros a lo largo de la calle. Con aduladoras expresiones cuya pretensión clara no era otra que ablandar mi negativa a participar en ese tipo de "lectura" poniendo yo el libro, es decir, la mano. Escéptica que soy, sin embargo, opino que en cuestiones del diablo, mejor ni entrar. Y para mí que este tipo de prácticas "lectoras" tienen poco de riguroso y mucho de diabólico. Lo dicho, pues, mejor no "meneallo". Una no puede abstraerse de su origen gallego y, aunque no creo en las "meigas", he de convenir que el conocido dicho sobre ellas no se me hace ajeno porque "haberlas, haylas".


Llegó un punto en el que no pude resistir el acoso al que me sometía -en ello se convirtió el acompañamiento forzoso que me profesaba-, frené en seco la marcha -obligándola a ella a lo propio- y con un rotundo, claro y, deduzco por su reacción, incontestable "HE DICHO NO", dí por terminada la persecución y el desagradable requerimiento.


Quedó la mujer quieta y callada. Y aproveché para acelerar mi paso y evitar cuanto antes su inquisidora insistencia. Y ya casi la había perdido de vista cuando la maldición cayó sobre mí con toda su fuerza:


¡Pleitos tengas y los ganes!...


***


El recuerdo ha venido a mí de la mano de una anécdota que me contaba hace unos días un amigo "leguleyo". Según parece, se le presentó un buen día en su despacho un paisano que "quería ley" para solucionar algún conflicto con su cuñado.

Inquirió el hombre de esta guisa:


- Sr. Abogado, preciso de sus servicios pues quiero ponerle un pleito a mi cuñado.


- Muy bien, pues dígame Vd. cual es el motivo por el que Vd. quiere ponerle un pleito a su cuñado.


El hombre sacó una pequeña libreta y un mordisqueado lápiz del bolsillo de su chaqueta y comenzó a garabatear sobre el papel unas cuantas formas geométricas y varías líneas, mientras iba explicando:


- Esta es mi finca (y trazó un polígono irregular con la forma de la que se supone era la finca) y esta otra (nuevo trazado de otro polígono colindante con el primero) es la de mi cuñado. Y yo quiero ponerle un pleito.


Como quiera que, tras el garabateo, calló el hombre y frenó su mano, mi amigo, tras unos minutos de silencio, preguntó por la causa que motivaba el interés:


- Bien ¿y?. ¿Cuál es el motivo de la desavenencia que motiva la pretensión del litigio?


Siguió el hombre en silencio, mirando atentamente los dibujos realizados instantes antes. El abogado, a la vista de ello, comenzó a preguntar por aquellos detalles que pudieran aportarle la información precisa sobre el tema y que el hombre, de forma espontánea, no parecía muy dispuesto a facilitar.


- ¿Existe servidumbre de paso?


- NO, no... - Contestó el futuro demandante


- ¿Hay algún camino, vereda, sendero que atraviese las fincas?


- NO, no .. nada de eso


- ¿Realiza su cuñado alguna actividad que suponga la invasión de su finca?


- NO, no. ¡Qué va!.


- ¿Tiene problemas con algún tendido eléctrico, traída de aguas o instalaciones de uso común...?


- Hasta la fecha, nunca, no.


???


Durante un buen rato, mi amigo enumeró las mil posibles causas que se le ocurrieron pudieran ser generadoras de querella, ya lo fueran por la propia naturaleza de las fincas supuestamente afectadas como por las actividades que desarrollaban sus ocupantes, sin obtener nada más que las negativas del paisano, que no parecía dispuesto a desvelar motivo alguno para pleitear.

Cuando ya había esgrimido toda cuanta razón se le había ocurrido, y toda vez que aquello no llevaba a buen puerto, inquirió un tanto cansado:


- Pero buen hombre, si a todo me dice que no... Realmente ¿Por qué quiere Vd. ponerle un pleito a su cuñado?


A lo cual, el interpelado, contestó rotundo:


- ¡Ah!, Vd. sabrá, que para eso es el abogado.

viernes, 9 de octubre de 2009

Vidas...


Caminaba con dificultad; casi a trompicones. Ulises, desaseado, hambriento, aterido y desesperado, era un niño de ninguna parte con apenas 14 años. Se debatía entre el hambre, la enfermedad y la desidia generalizada de una sociedad que parecía no darse cuenta de su existencia. Menudo, tez morena, grandes ojos negros; un plebeyo oriundo de la indigencia. Cuando llegó a las inmediaciones de aquellos grandes almacenes se sentó en el suelo, colocó una caja de cartón y un cartel que pregonaba su único capital; su extrema pobreza. Cinco horas después, sin nada que llevarse a la boca, recogía el maná de la sociedad pudiente vertido en forma de limosna. Cinco monedas de 10 céntimos; diez céntimos por hora. Se dirigió a una panadería cercana, pero unas miradas exterminadoras le desaconsejaron acercarse al mostrador. Cansado y hambriento se abalanzó sobre uno de aquellos sugerentes panes y robó el más grande. Salió corriendo, pero alguien, aproximadamente de su misma edad, le zancadilleó, se tiró sobre él, y entre risas, le arrebató el cuantioso botín. Con la cara estampada en el frío suelo y el pie del apresador situado en su espalda, llegó un policía diligente, que ante la mirada indiferente de propios y extraños, se llevaba a Ulises a una comisaría cercana.
Ulises ya no sería nunca más un problema. Nuestra perfecta maquinaria judicial determinó su ingreso en un centro de menores. Nadie reclamaba al joven, y él se negaba a facilitar su identidad, entre otras cosas, porque ni siquiera sabía quién era. Total ¿Para qué? ¿Cambiaría algo reconocer que sus padres habían sido deportados a no se sabe dónde y que se encontraba solo en el mundo? Y allí permaneció hasta su mayoría de edad, una mayoría de edad predecible únicamente por revelación técnica. Cuando salió del centro lo primero que se le ocurrió fue llevar a cabo su plan concebido; el suicidio.
Quitarse la vida no es fácil. Necesitas un valor y fuerza extraordinarios. Pero lo intentó, sin éxito, pero lo intentó. Los días pasaban y él –muy a pesar suyo- seguía sobreviviendo. Ese hecho le hizo pensar. Cogió sus escasas pertenencias, las metió en el interior de un hatillo y comenzó a caminar campo a través, encomendando su suerte y su destino a la providencia humana. Los Dioses y los milagros vagaban en dirección distinta a la suya.
Aunque habían pasado meses de andar continuado hacia la esperanza, Ulises, poco a poco y paso a paso, se iba encontrando mejor. Hasta el momento, hambre y sed, eran calmadas por la generosidad de las huertas y los manantiales naturales que se encontraba a su paso. El campo se había convertido en su posada, pero él, que había vestido de luto a la soledad, sentía que su desdichada existencia se estaba convirtiendo en su peor aliado. Aquella noche, la oscuridad le sorprendió sin haber encontrado un refugio donde descansar. Tenía que localizar un lugar apropiado donde cobijarse de aquel frío helado. Quieto, observaba el destello de unas luces en lontananza y se sintió poderosamente atraído, se armó de valor y decidió acudir a su encuentro. Agazapado entre las sombras, se encontró con un pueblo pequeño de casas bajas y muy alejadas entre sí. Esa luz resplandeciente que había divisado a lo lejos ahora le parecía tenue y triste. Vio que detrás de una de las casas había un cobertizo que parecía abandonado, casi a rastras y evitando hacer el menor ruido, se dirigió hacia él. Preparó un jergón con un resto de paja y hojas secas y se recostó. El sueño y el cansancio hicieron el resto.
De madrugada unas voces desesperadas le alertaron. Gritos de dolor y llanto provenían del interior de la casa. Se incorporó, y raudo, acudió sin pensar en las consecuencias. Tras los cristales, dos ancianos, postrados por la enfermedad, intentaban evitar que aquella mujer sucumbiera a la soga que anidaba su cuello. Se armó de valor, golpeó la puerta hasta abrirla, buscó una mesa para colocarla junto al cuerpo, le cogió las piernas, y con su cuchillo, cortó de un tajo la gruesa cuerda. Cayó como un fardo sobre su hombro. Aún respiraba…
Los ancianos padecían el deterioro ignominioso que la edad les regalaba. Estaban sanos de mente pero condenados a un cuidado continuado. La mujer era su única hija, y su enajenación mental, algo terrible de admitir, estaba justificada. Aquella mujer abnegada, había demostrado hasta ese momento poseer una capacidad física ilimitada. Pero nada en la vida es perdurable. Las tareas domésticas, las agrícolas y ahora las económicas habían acabado por pudrirle el alma y el corazón. No podía más. Y se dejó vencer…
…el pelo de Ulises se había tornado del color de la plata. Sentado en su butaca, con un cigarrillo en los labios, miraba extasiado a su esposa. Ella hacía unos patucos de punto para su quinto nieto que estaba a punto de nacer. Ulises se levantó, se dirigió hacia ella y se colocó justo detrás. Con un suave gesto le quitó el pañuelo de seda que siempre cubría su cuello. Se agachó y besó cariñosamente aquellas cicatrices; unas cicatrices, que sin embargo, les habían devuelto a la vida.

El atardecer era un bello espectáculo pero Ulises prefirió seguir abrazando a su amada.

martes, 6 de octubre de 2009

Jaque a la vida.


Hoy desperté temprano. No podía conciliar el sueño. El tratamiento con hipnóticos no estaba dando el resultado deseado. Me duché con agua fría, y después de tomar una buena taza de café, salí de la casa. Eran las 4 de la madrugada; la ciudad dormía, todo estaba en silencio. Volvían a mi cabeza aquellos sonidos de violines, sonidos dulces, sonidos cautivadores de sentidos. Bella música para mi alma torturada.
La tenue luz de las farolas me liberaba de la oscuridad de la noche, pero dentro de mí, todo seguía en tinieblas. Intenté distraer mi mente con alguna canción, algún libro, alguna vivencia positiva, pero no, nada parecía tener sentido, el pensamiento bumerán me devolvía al tormento primitivo. Y seguí caminando; sin rumbo, como mi vida.
Después de recorrer un largo camino hacia ninguna parte, las luces de una cafetería llamaron mi atención. Miré el reloj, eran las 5:30 de la mañana. Quise entrar pero la puerta estaba cerrada, golpee levemente el cristal hasta que una mujer de mediana edad apareció.
Buenos días –dijo- Abrimos dentro de media hora. ¿No podría pasar y esperar dentro? Estoy cansado y necesito un café. La mujer me observó durante un instante, y confiada, me dejó entrar. De acuerdo. No habían pasado más de 15 minutos cuando de repente se oyó un estruendo de cristales rotos. Tres personas entraron precipitadamente y abordaron con violencia a la mujer. Portaban navajas y un bate de beisbol. Comenzaron a destrozarlo todo a la vez que uno de ellos gritaba: ¡El dinero, queremos todo el dinero! Me levanté, y hasta yo mismo, me vi sorprendido por mi decisión. ¡No les dé nada señora! Los tres miraron hacia el lugar de dónde procedía la voz. No me esperaban, ignoraban mi presencia y se desconcertaron. Uno de ellos, armado con una navaja de considerables dimensiones, se abalanzó sobre mí. Un certero puñetazo bastó. Cayó al suelo retorciéndose de dolor. Cuando llegó el segundo fue tarde. Noté el terrible impacto en mi espalda. El aire no llegaba a mis pulmones pero tenía que reaccionar. Desde el suelo, y como pude, cogí una silla y la estrellé en su rostro con saña, queriendo causarle el máximo dolor. El tercero salió corriendo de allí, tras él, casi a rastras, los otros dos.
La mujer se acercaba despacio, yo seguía de rodillas intentando recuperar el aliento, la miré, y estupefacto, vi como ponía el cañón de un revólver en mi pecho; pude oír el sonido de su dedo deslizándose por el gatillo. Y disparó; a quemarropa, con firmeza y decisión. Desde el suelo, empapado en sangre, observé como la mujer cogía un trozo de cristal y comenzaba a hacerse cortes por diversas partes de su cuerpo. Cerré los ojos y no volví a abrirlos…
… sobre la mesa de la cocina había un bote vacío de pastillas. Mi hija zarandeaba mi cuerpo inerte. Como de ultratumba, llegaban a mis oídos sus gritos, de mi hija primero, y de mi esposa instantes después. Más tarde, entre aullar de sirenas, me llevaron al hospital más cercano. No habíamos recorrido la mitad del trayecto cuando un coche se cruzó en nuestro camino. El impacto fue terrible. La ambulancia volcó, y con ella, la camilla dónde me encontraba. Mis ojos, que habían permanecido cerrados hasta ese momento, se abrieron lentamente. Mi esposa sangraba por la cabeza, pero a juzgar por sus continuos movimientos, no parecía demasiado grave. Los sanitarios, con las batas y el rostro manchados de sangre, tampoco parecían estar en peligro. Miré a mi entorno para intentar averiguar el lugar dónde nos encontrábamos. Giré la cabeza, lentamente, como si de una señal premonitoria se tratara, y así fue; un escalofrío paralizó mi cuerpo y mi mente. Allí estaba ella. Y la cafetería. La misma mujer y la misma cafetería de mi sueño. ¿Cuál era el sueño y cuál la realidad? No distinguir lo uno de otro me hacía mucho más débil, más vulnerable. Decidí desistir, las fuerzas se habían extinguido. Vivir o morir, en definitiva, era algo que ya no dependía de mí, era algo a lo que ya había renunciado.
Un fuerte olor a café recién hecho llegó a mi olfato, cerré los ojos y me volví a quedar dormido. Plácidamente. Deseé que esta vez fuera para siempre.

sábado, 3 de octubre de 2009

Vivo o muerto

“Se busca vivo o muerto. 5000 U.S. dollars de recompensa”, rezaba el cartel pegado sobre la pared. Abajo, el rostro mal impreso y su nombre: Billy the Kid.
Se rió para sí mismo. Que se cansaran de buscarlo; él era más inteligente que ellos. Escondido donde estaba, difícilmente lo hallarían. Se ajustó el cinturón canana y los dos colt 45 que llevaba a los costados. Aquí nadie lo conocía; pero no faltaba algún desquiciado que anhelara su momento de gloria. Abrió de golpe la puerta del local y entró. Había poca gente. Se sentó a una mesa vacía.. Un hombre se acercó solícito.
- ¿Qué quieres tomar?, preguntó.
- Sírveme un wisky doble.
El otro se le quedó mirando y con voz suave, dijo:
- Lo siento Billy, tú sabes que en este lugar no servimos vino.
Enfurecido, el Kid se levantó empuñando como un relámpago el revólver que llevaba al costado derecho. Encontró los ojos del otro hombre y...entonces, todo fue muy claro. Se quedó mirando a la pistola de plástico que tenía en la mano; reconoció al enfermero que lo atendía en el comedor todos los días; y se acordó del cartel que el director había hecho imprimir para él, con el mote cariñoso ganado a pulso en aquel manicomio: Billy the Kid.

viernes, 2 de octubre de 2009

¡CURIOSO!






Mietnars voy pepranardo aglo praa djaer auqí, os trgiao una peuqñea cuirosdiad:

¿Qué me deícs de etso?

Sgeún un etsduio de una uivenrsdiad ignlsea, no ipmotra el odren en el que las ltears etsán ersciats, la úicna csoa ipormtnate es que la pmrirea y la útlima ltera estén ecsritas en la psioción cocrrtea. El rsteo peuden estar ttaolmntee dsoerdnaedo y aún pordas lerelo sin pobrleams. Etso es pquore no lemeos cada ltera por sí msima preo la paalbra es un tdoo.

Pesornamelnte me preace icrneílbe... ¿o no lo es tnato?

jueves, 1 de octubre de 2009

De vicios y máscaras

Todos y cada uno tenemos vicios, grandes o pequeños; algunos vicios son buenos, otros muchos no tanto. Algunos pocos, son de los peores. Calificarlos en cada rubro, depende –como reza el dicho popular- del cristal a través del cual se miran.
Beber alcohol, por ejemplo: hay infinidad de gente que lo bebe. Una copa de vino bien servida en el momento oportuno, una cerveza bien helada (muerta) cuando la sed es insoportable, un tequila ya sea sólo o con limón y sal cuando el cuerpo necesita reaccionar ante un frío intenso, ¿son realmente malos?...¿Llevar a cabo estas acciones una vez, diariamente, sería realmente malo? ¿Ello me convertiría en un vicioso? ¿O es el abuso que hacemos de cada situación la que no está bien? Incluso si decido abusar y bebo demasiado vino, cerveza o tequila, ¿está mal?...Si yo decido lo que puede ser bueno o malo para mi organismo y considero que el abuso es bueno porque así lo decidí, entonces es bueno?
Para mi buena o mala fortuna, no fumo ni bebo alcohol. Ambas cosas las he probado, pero no sufro ni me derrito por ellas. Esto no significa que al no consumirlas esté en lo correcto.
Hoy ante tanta contaminación y la atención que a nivel mundial se le está dando al cuidado ambiental, tenemos ya muchos lugares libres de humo de tabaco. La empresa para la que trabajo elabora cerveza, la vende y la distribuye en muchos países del mundo; sin embargo dentro de la empresa está prohibido fumar y romper esta regla podría significar perder el empleo; incluso ella, ha obtenido diplomas como industria limpia y ambientalmente responsable. Entonces producir bebidas alcohólicas no significa que sea malo. Otra vez es lo que yo decido hacer ante una bebida generosa. Soy sincero, no me gustan los borrachos ni lidiar con ellos, en tal estado pueden ser tan necios que ser ecuánime representa un verdadero sacrificio.
Hablar sobre el consumo de drogas es un tema tan trillado, espinoso y difícil, que por donde quiera que se le quiera tomar, sale uno raspado. La literatura sobre el tema es inagotable e infinidad de libros serios sobre la materia o novelados, nos muestran lo que estas sustancias pueden lograr o malograr. Recuerdo un par de títulos: Pregúntale a Alicia y Nadie sale vivo de aquí. Y en la música de rock hay ejemplos para dar y prestar: Jimi Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin. Elijo estos tres nombres porque crecí escuchando su música y toda ella me parece de gran calidad, aunque sea música de hace casi 40 años. Ellos consumían drogas. ¿Eso fue malo para ellos?¿Habrían sido igual de brillantes si no la hubieran consumido?
Todos tenemos ciertos vicios y nuestras pequeñas perversiones. Hablar de mis vicios, implica decir lo emocionante que es entrar a una librería o a una tienda de discos y buscar sin importar el tiempo un libro o un disco anhelosamente buscado desde hace tiempo. En ambos he tenido varias satisfacciones. Cuando me encontré La Pimpinela Escarlata de la Baronesa d´Orczy, así nomás sobre un anaquel en la sección de libros de una sucursal de lo que ahora es Soriana, me temblaban las manos al tomarlo y ya no lo solté para nada. ¿La razón?...Que teniendo apenas 15 años, me lo había prestado mi amigo Alfonso y nunca pude leer más de un par de capítulos sin terminar el resto. ¿Y en los discos?...¿Qué tal encontrarse en una tienda, nuevo y con su celofán y sello de seguridad El hombre de la Mancha, interpretado por Nati Mistral, Claudio Brook y Óscar Pulido?
De nuestras perversiones hablé de pequeñas; pero esto depende de cómo las consideremos cada uno. Voy a comentar 2 de las mías: Todas las mañanas al levantarme, me pongo la máscara diaria; me digo que todo está bien, que no me hace falta nada, que soy perfecto e inteligente, que si soy optimista todo va a salir perfectamente. Soy perverso en esto, porque conforme pasa el día y las cosas no salen como lo había planeado y voy sufriendo pequeños fracasos cotidianos, la máscara se me va cayendo a pedacitos. Hablo de pagar la luz, el agua o el teléfono; que el jefe en el trabajo te ha regañado por algo de lo que tú no eras responsable; de que te acercas a tu mujer, te entran unas ganas inmensas de hacerle el amor, pero en ese momento ella está cansada porque el día entero ha lidiado con la casa, la comida o los hijos. Existe la perversión, porque al siguiente día me voy a poner la máscara igual que el anterior, me daré ánimos diciendo que todo está bien y el final del día será similar a todos los demás. He hablado de la máscara de diario, pero también las hay para fiestas, la de los domingos, para los sepelios, la del trabajo...
La segunda perversión es más simple: desde hace algún tiempo tengo la convicción de que puedo escribir o narrar bien. Esto también es perverso, porque escribo y trato de que muchos me lean, sin importarme que les guste o no lo que escribo. Porque no voy a dejar de escribir, aunque lo haga mal. Seguiré escribiendo.
Otras de mis pequeñas perversiones se van a quedar guardadas. Algunas son más complejas. La máscara de todos los días, me ayuda a sobrellevarlas.